Por Ari Rajsbaum
Los animales pasan mucho tiempo jugando, los niños pueden jugar y jugar sin detenerse. Esto hace pensar que el juego cumple funciones importante en la vida. Esta actividad es tan importante que al estudiar cómo funcionan nuestras emociones en el sistema nervioso, el neuropsicólogo Jak Panksepp incluyó el circuito del juego como uno de los circuitos básicos en nuestro cerebro.
El juego “real” (no el juego estructurado como
el que se da en los deportes), es fundamental para el desarrollo de los niños,
y para la salud mental en general. Como dice Panksepp, “el juego y la depresión
podrían ser lados opuestos de la misma moneda”.
Mientras la depresión está acompañada de una reducción en el
funcionamiento de la dopamina (la sustancia más importante en la generación de
motivación), el juego está acompañado de una fuerte producción de dopamina.
El juego está ligado a conductas espontaneas,
a un sentimiento de diversión, a una fuerte motivación, a emociones de
seguridad y bienestar. En el juego los niños aprenden las habilidades sociales
para relacionarse entre ellos, generan desafíos físicos y mentales, en fin,
ponen a prueba al máximo sus capacidades humanas cuando sienten que están en un
ambiente y momentos seguros. Hoy en día se sabe que el juego es una de las
actividades más importantes para el desarrollo del cerebro y del sistema
nervioso en general.
Si
miramos con atención la forma en la que juegan todos los mamíferos (nosotros incluidos)
nos daremos cuenta de que, entre muchas otras cosas que suceden durante el
juego, los animales:
1)
Hacen grandes esfuerzos (corriendo de un lado
para otro, tratando de adivinar los movimientos de sus adversarios y demás)
2)
Centran su atención al máximo en lo que está
sucediendo
3)
Buscan enfrentarse a situaciones difíciles para
tener retos que superar, un juego en el que no hay dificultad se vuelve
aburrido.
¿Cómo
puede ser que hacer esfuerzos, buscar desafíos y centrar la atención sea tan
divertido y motivante en el juego? ¿Acaso no son precisamente el esfuerzo, los
desafíos y la atención los que evocan una tremenda flojera en los adolescentes
(y muchas veces en adultos)? Piense especialmente en esto: ¿Qué tan posible es
que veamos nuestro trabajo como un juego? ¿Ha notado si hay gente que tiene una
actitud más lúdica y divertida hacia su trabajo que otra?
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