jueves, 3 de mayo de 2012

Beneficios del juego

Por Ari Rajsbaum


El juego espontáneo en los cachorros (incluidos los humanos), crea “adultos más controlados, menos impulsivos y más inteligentes socialmente”, dice Jaak Panksepp, uno de los neurocientíficos que más han aportado a la comprensión de los sistemas emocionales en el cerebro. Divertirse como locos cuando los niños son pequeños genera adultos con menos impulsividad, más autocontrol y mejores relaciones sociales: ¿qué más le puede uno pedir a la vida?
Diversión plena y autorregulación, creciendo juntas de la mano. Quien lo iba a decir. Suena como el sueño de los hippies. Desgraciadamente, la realidad nunca es tan sencilla. Si nos acercamos a un grupo de niños, muchas veces estarán jugando felices, pero con frecuencia encontraremos niños retraídos, y si miramos con atención veremos que algunos parecieran jugar, pero en realidad están moviéndose con angustia de un lado para otro, o agrediendo a sus compañeros.

Es importante identificar las condiciones que facilitan el juego. Estas se pueden resumir en una sola palabra: seguridad. Si observamos otros mamíferos sociales, por ejemplo, un grupo de perros, veremos que individuos desconocidos se acercan primero con temor. Solo cuando ven que no hay agresión ni violencia comienza a surgir entre ellos un juego espontáneo.

Los cachorros juegan también contentos cuando su madre no se aleja por demasiado tiempo, cuando sienten la amenaza de que pudiera desaparecer veremos como el juego se torna en agresión, si pasa más tiempo los perritos se pueden quedar paralizados en su cubil. He aquí donde los padres cumplimos un papel; para que nuestros hijos puedan jugar libremente necesitan sentir que están en un ambiente seguro.

Suena sencillo, en teoría, pero en la práctica no lo es tanto. Para lograrlo hay que llevarse más o menos bien con la pareja, no estar sufriendo por pagar la renta del próximo mes, lograr mantener límites y orden para que los niños no desquicien a los padres, evitar que la furia por problemas laborales nos domine. Todas estas situaciones, con las que convivimos todos los días, pueden abonar un ambiente de agresión o descuido. En fin, la práctica siempre es mucho más difícil que la teoría.

De cualquier manera, si logramos generar en nosotros mismos, una actitud de juego en el trabajo, y en nuestras relaciones sociales vamos a promover que nuestro cerebro desarrolle lo mismo que en los niños; bienestar, autocontrol, inteligencia social.
Además de los beneficios anteriores, el juego es, según Paksepp, la cara opuesta de la depresión; el juego nos llenamos de motivación, entusiasmo y bienestar, nos vincula con otros y nos impulsa a hacer cosas. Eleva la calidad de nuestra concentración y fomenta que estemos activos de día y relajados de noche (en términos técnicos “regula nuestro ritmo circadiano”). Todo lo contrario de lo que sucede en la depresión.

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