Mucha
gente cree que lo que sucede en los primeros cinco años de vida determina el
destino de la persona. “Infancia es destino”, dijo Freud. Esta teoría tiene
como fundamento dos creencias; la primera, que nuestro cuerpo deja de producir
nuevas células cerebrales después del nacimiento, o a más tardar después de
pocos años de vida. La segunda creencia dice que las conexiones en nuestro
cerebro se forman hasta el sexto año de vida y que posteriormente solo se van
desconectando aquellas conexiones que no son útiles.
Hoy
en día, gracias al desarrollo de las neurociencias, sabemos que ambas creencias
están equivocadas: el cerebro produce siempre nuevas neuronas y tiene la
capacidad, hasta la muerte, de formar nuevas redes, es decir, de estar
generando constantemente nuevos aprendizajes . Esto no quiere decir que los
primeros años de vida no sean
fundamentales, sin duda lo son, pero tenemos la capacidad de desarrollarnos a
lo largo de toda la vida.
Paralelamente
a la idea de un cerebro maduro básicamente estable, existía la teoría de que la
inteligencia es una especie de habilidad fija, ya sea que la hayamos heredado o
que se haya adquirido durante los primeros años de vida. Hoy se sabe, que como
todas las demás habilidades, nuestras capacidades de abstracción y razonamiento
se desarrollan o se atrofian según el uso que se les de. Mientras más nos
esforzamos en desarrollar nuestras habilidades de pensamiento, más se
fortalecen las conexiones entre las neuronas que tienen que ver con este, de
forma semejante a lo que sucede con los músculos.
La
Dra. Carol Dwek, de la Universidad de Stanford, mostró cómo nuestras creencias
sobre la inteligencia tienen una fuerte influencia sobre nuestras actitudes y
por lo tanto, sobre el destino de nuestras capacidades. Describió dos formas de
pensar, a las cuales llamó “esquema mental fijo” y "esquema mental flexible".
¿Cómo
aprenden los niños a desarrollar uno u otro esquema mental? Los autores de este
artículo han relacionado el aprendizaje de estos esquemas con observaciones que
se han hecho en dos campos: el de las llamadas “neurociencias cognitivas y
emocionales” y con la teoría de sistemas familiares. Se trata de campos
complejos de conocimientos pero quisiéramos mencionar aquí algunos temas que
son de nuestro interés:
1)
La forma en que se regula el estrés dentro de la
familia, tiene una profunda influencia ya sea en el desarrollo de la motivación
para desarrollar tareas, o en sentimientos de desamparo que se pueden
manifestar de dos maneras: como expresión de derrota (“ya para que me esfuerzo,
no sirvo para eso”) o como creencias mágicas (“me va a ir bien porque soy muy
inteligente”). Lo motivación o desmotivación no son únicamente una
manifestación emocional, tienen un aspecto neurológico que está relacionado con
nuestras hormonas del estrés. En caso de que te interese leer más sobre este
tema te invitamos a que veas los artículos sobre autodominio en nuestro blog: http://smarteriya.blogspot.mx/search/label/autodominio
2)
Se ha observado que a veces, los intentos de
solucionar un problema lo fortalecen. Esto sucede con frecuencia en relación a
las dificultades escolares. El sentimiento de preocupación y frustración ante
los problemas de nuestros hijos nos pueden llevar a poner el acento en las
calificaciones, a decir hablar de niños “inteligentes” y “tontos” y a toda una
gama de prácticas que terminan profundizando el problema. Es importante para
las familias saber que nada está determinado y que uno siempre puede mejorar.
Pero para ello es importante manejar la presión en niveles razonables y centrar
las expectativas en la superación personal paulatina, más que en las
calificaciones o las comparaciones con los demás. Especialmente importante es
que nosotros como padres internalicemos y desarrollemos en nosotros esquemas de
pensamiento flexibles para nuestras propias vidas, de modo que nos podamos
servir como ejemplos para nuestros hijos.
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