Ari Rajsbaum
Estoy leyendo un libro maravilloso que trata acerca de la
preocupación por el sobrepeso en la vida de los niños y sus familias. La autora
del libro, Abby Ellin, fue gimnasta durante su infancia. Ya sea por el
ejercicio que hacía, o por cualquier otra razón, podía comer y comer,
manteniéndose siempre flaca.
Ellin, cuenta que disfrutaba enormemente de la
comida. “Amaba todo lo relacionado con la comida: leer acerca de ella,
consumirla, chupar helados…mi ardor por la comida era motivo de chistes de todo
tipo. Mi madre decía una fecha y me preguntaba que había comido ese día (generalmente
lo lograba), o se reía y decía que si no tenía cuidado explotaría como un
elefante”. Ellin piensa que detrás de
ese humor había un mensaje: “ no engordes”, pero yo creo que las bromas expresaban también el placer de
ver a una niña hacer lo que los adultos hubieran querido, comer con ganas, sin
que esto tenga consecuencias negativas para su aspecto físico.
Al revés de lo
que sucedía con Ellin, su madre estaba muy preocupada por sus propios alimentos;
medía las porciones que comía, se pesaba todos los días, hablaba sobre su peso
y su ropa. La hermana mayor de Ellin estaba aun más obsesionada por el peso que
su madre y llegó a desarrollar una anorexia en forma.
“Yo admiraba la
moderación de mi hermana con la comida, pero no traté de imitarla hasta el
sexto grado, después de un verano en Florida. Observé a mi abuela vigilar su
peso y a mi madre cuidar el suyo y a mi hermana el de ella y decidí que tenían
razón: las niñas tenían que ser delgadas y hermosas. Así que comencé a seguir
el régimen de mi hermana, comer yogurt
natural en el desayuno, media rebanada de queso y un plátano para
mediodía, rechazando bocadillos entre comidas, y cenando pan. En lugar de las
calorías innecesarias del chicle masticaba la cera que me había dado el
dentista. Pensamientos de comida me asaltaban: Pasaba tardes hojeando libros de
cocina, recorriendo mis dedos sobre fotografías de postres que deseaba
desesperadamente y que nunca comería. Me pesaba cada mañana y poco a poco mis
ropas se iban volviendo más flojas, mi cara demacrada, mis costillas y huesos
pélvicos resaltando. La gente en la escuela lo notó y yo amé el reconocimiento
que recibía por no comer. ¡Era única, era superior, tenía el control! “
[i]
El párrafo anterior muestra el nacimiento de una obsesión: A
partir de ese momento comenzó una pesadilla que atraía los pensamientos y
energías de la niña y de su familia alrededor del peso, primero estando muy flaca y luego demasiado gorda. Como
todas las obsesiones, la obsesión por el peso va conquistando poco a poco áreas
del pensamiento y de la convivencia, llenando cada vez más espacios con una
sensación de angustia y de peligro.
Ellin dice en el libro algo muy interesante; en la mayoría
de los casos tanto los padres, como los niños tienen información acerca de los
peligros de la obesidad y conocen el principio central para combatirla: consumir menos energía de la que
gastan. El problema es que, aun conociéndolo no encuentran la manera de
comer más sano.
Como padres de familia es muy importante que entendamos
esto, no solo en relación con la comida, sino con muchos hábitos: tal vez el
niño sabe que le conviene dormir temprano, pero se va a la cama y no se queda
dormido, aunque quiera. Sabe que le conviene concentrarse, pero se sienta a
estudiar y sus pensamientos se escapan a hacia la película de vampiros que vio
el día anterior. Sabe que si llora cuando lo molestan lo van a molestar más,
pero no se aguanta las ganas y las lágrimas se le salen. No hace falta que uno
les diga “pon atención a lo que lees o vas a reprobar”, el niño ya lo sabe y está haciendo todo lo
posible por concentrarse, pero no sabe como hacerlo. Es por ello que es muy
difícil ayudarle a los niños a resolver sus dificultades, porque aunque
nosotros y ellos conozcamos las conductas que evitarían sus problemas, a veces
los impulsos son más fuertes que ellos (y que nosotros también).
Hay sin duda algunos principios que nos pueden ayudar:
Ser pacientes, no solo con nuestros niños, sino con
nosotros mismos, ya que si sabemos que no todo está bajo nuestro control
tendremos más tolerancia hacia la conducta de los demás, especialmente de
nuestros hijos, provocaremos menos sufrimiento innecesario y esto nos ayudará a
algo realmente importante que es evitar que un problema se convierta en una
obsesión e invada la vida de la familia.
Teniendo un ambiente más amigable es posible que podamos
encontrar con nuestros hijos, de forma cooperativa, soluciones para sus
problemas. Pero no siempre lo lograremos y no por ello debemos hacer que la
vida gire alrededor de estas dificultades.
[i] A. Ellin, Teenage Wasteland, Public
Affairs, 2005, p.19