lunes, 19 de marzo de 2012

Necesidades afectivas de los hijos; cuando las cosas se complican


Por Ari Rajsbaum

La gente (casi toda) deseamos cosas muy buenas para nuestros hijos. Así nos hizo la naturaleza y gracias a ellos sobrevivimos como especie. Todos los primates (los monos, chimpancés, humanos, gorilas y demás) tenemos además una carga genética que nos impulsa a buscar parejas que suponemos serán buenos cuidadores. Esto no se da a nivel consiente, pero las hembras (incluyendo a las humanas) tienden a valorar rasgos de carácter que indican que la pareja elegida podrá ser un padre cuidadoso y empático con ella  y con los hijos futuros. Los machos entre los primates también sentimos atracción por rasgos que indican que la hembra será maternal y cuidadosa.

Nos importa tanto el bienestar de nuestros hijos, y somos tan empáticos con cualquiera de sus sufrimientos, deseos y malestares,  que con frecuencia nos enojamos con nuestra pareja porque no le da a nuestro hijo lo que quiere en el momento que quiere; sean abrazos, palabras cariñosas, juego o cualquier otra cosa. Es decir, por momentos vemos a nuestra pareja desde los ojos de nuestros hijos y sentimos que nuestra pareja es, qué se yo, fría, dura, agresiva, poco flexible, poco empática (podría llenar algunas páginas con los adjetivos que he escuchado utilizar a mis pacientes para referirse  al padre/madre de sus hijos).

A los niños les viene muy bien el cuidado físico, (si deseas puedes leer más acerca de ello en las otras entradas de esta misma etiqueta). Pero a los niños, como a nosotros,  o para el caso, a todos los demás mamíferos, les gusta tener el poder, es decir, les gusta ser quienes deciden cuando y como se hacen las cosas. Esto no tiene nada raro, así somos todos, y por ello mismo hay que ser muy cuidadoso en cómo se manejan las relaciones de poder en la familia. Porque si mi hijo llora porque mi esposa no lo quiere cargar en ese momento, y yo regaño a mi esposa, estoy construyendo una coalición con el pequeñín y dos son más fuertes que uno. Esto lo percibe el niño más rápido que un rayo, y repite conductas que fortalecen esa coalición. Las consecuencias: el niño deja de ver a la madre como una autoridad, esta se siente más débil y enojada y por lo tanto más se fortalecerá el conflicto entre el hijo y la madre (que al fin y al cabo era lo que yo como padre quería evitar). 

Salvador Minuchin, uno de los fundadores de la terapia familiar, se preguntaba cómo es posible que un chiquillo de tres años pueda tener la valentía y la fuerza para enfrentarse de forma constante con un adulto que mide un metro y medio más que él. Minuchin se dio cuenta de que el niño en esas situaciones está parado sobre los hombros de otro adulto.

Así que sí, nuestros hijos necesitan amor, cariño y muchas cosas más, pero también necesitan que haya una cierta armonía y acuerdo entre sus padres y, en primer lugar, necesitan estar en el lugar de hijos, sin poderse subir al lugar de poder que le corresponde a sus padres.

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Por Ari Rajsbaum

La imagen de una madre cargando a su bebé en el rebozo tiene una cierta magia. Nuestros pintores y escultores no se han cansado de representar ese amor entre dos personas que se manifiesta en la cercanía física y en el cuidado de un adulto a un pequeñín. Y la ciencia ¿qué dice de todo ello? ¿Se han hecho estudios acerca de los efectos del cuidado físico a bebés?

El tema del cuidado físico es uno de los más estudiados por la psicología desde hace varias décadas y se sabe, sin asomo de duda, que el amor y el apoyo corporal a los bebés es importante desde muchos puntos de vista. Por ahora, quisiera comentar un estudio en el que se midió cuánto tiempo pasaban las madres de distintos niños cargándolos. La medición se hizo durante la segunda mitad del primer año de vida (entre 6 y 12 meses de edad). 

Ruth Munroe y sus colaboradores midieron posteriormente, cuando los niños tenían 5 y doce años, una serie de aspectos del pensamiento y las emociones de los niños.  Los investigadores encontraron un relación directa entre el tiempo que habían pasado los pequeños cargados por sus madres y una serie de indicadores de emociones positivas; los niños que pasaron mayor tiempo cargados preferían con mayor frecuencia dibujos o fotografías de caras sonrientes, se mostraban más perseverantes en tareas difíciles y mostraban una actitud más altruista en los juegos que los niños que habían pasado menos tiempo levantados.

Algo que también se ha observado es que más importante que el tiempo de contacto físico es la coordinación entre las necesidades del pequeño  la respuesta de los adultos; es decir, que los adultos sepan responder con apoyo físico cuando los niños lo necesitan, pero que también se les deje tranquilos cuando así lo deseen. Pero, como todo aquel que tiene hijos sabe, esto puede llegar a ser bastante complicado, especialmente cuando se trata desea de bebés que no saben decir lo que quieren, o cuando están molestos por quién sabe qué razón. 

El contacto físico también puede llegar a ser sentido por los niños (y por los adultos) como algo invasivo y molesto. Además, cada persona es diferente, mientras a algunos les puede venir muy bien estar abrazados mucho tiempo, a otros esto les puede resultar molesto, y esto también es válido para los padres y las madres que a veces se pueden sentir abrumados por el deseo de contacto de sus hijos. En fin, la vida y las relaciones  son mucho más complicadas en la vida real que en los textos y los artículos académicos. Así que no se preocupe por las dificultades que le presenta su maternidad/paternidad, al fin y al cabo estas implican un desafía a superar como cualquier otro aprendizaje y crecimiento.

Fotografía: Juan Rulfo

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